¿Por qué debemos dialogar? de todas las razones la más urgente, hasta dramática, pero cierta, es que de eso depende nuestra subsistencia. El cambio climático y las insostenibles y abismantes inequidades sociales. Urge, nos lo grita la pandemia, encontrarnos en lo más universal, común a todos, el dolor, el sufrimiento y el anhelo de la felicidad o la vida buena.
Pero aclaremos algo básico, que está en la esencia del tipo de dialogo que estamos hablando, este no es filosófico o dialéctico.
A veces, quienes pedimos dialogar, lo que está detrás es que queremos ser escuchados. Que nos presten oreja (ambas) Condición sine quo non para iniciar diálogos auténticos.
Escuchar viene de la misma raíz de auscultar, Si, como el médico que pide silencio y suma toda su concentración para interpretar bien lo que escucha de nuestro lenguaje verbal y corporal.
No obstante, quienes demandamos ser escuchados no mantenemos la misma disposición para escuchar a quien demandamos oído y plena atención.
La verificación de saberse y sentirse mutuamente escuchado, prestar atención mutua a lo que se oye, inaugura el diálogo. Es diálogo.
El prefijo “dia” significa través de, es un ir y venir, del logos, la palabra.
Para tener el dia – logo que necesitamos deberíamos entenderlo simplemente como un dia- escucharnos, dia-vernos o dia-reconocernos.
La reciprocidad de verse, reconocerse, escucharse hace posible el auténtico diálogo.
La convocatoria a la conversación dialogal, es esencialmente la escucha del otro y la reciprocidad. Oímos con los oídos, pero escuchamos con todos los sentidos y con todo el cuerpo. Es un acto de inclinarse, de asegurar que traduzco bien lo que los otros me dicen y viceversa.
Si Dios escucha a quien lo invoca, quien quiera que sea, y dice el texto Sagrado Él se inclina a escuchar ¿Quién podría negarse a esta condición básica esencial del dialogo para el entendimiento humano?
Y si creyentes y no creyentes coincidimos en al valor irreductible de la dignidad humana, dialogar es escuchar esa dignidad que padece de no reconocimiento.
Esto pone frente a nosotros la segunda manifestación del dialogo que quiere gozar de legitimidad. Hay un Otro. Se dialoga entre diferentes, distintos y en respeto a esas diferencias que, al dialogar, ocurre un cambio importante, la alteridad del Otro deja de ser rareza, sino que diferenciadores propios de las riquezas de creencias y culturas. Si damos este paso hemos bajado la guardia, estamos en condiciones, diría un budista, para la ceremonia del té, o partir el pan, diría Jesús.
Quien no advierte esta pluralidad tiene la tentación de ver a su propia cultura y creencias como únicas y caer en la peligrosa tendencia totalitaria, donde el Otro es mi enemigo a convencer o simplemente tolerar en la más rudimentaria expresión de esta cortesía.
Entonces a quien demandamos nos escuche precede la mutua inclinación. El mutuo reconocimiento y validación.
¿Dónde se nos quedó la reciprocidad? ¿Dónde se perdió la escucha del otro? Se invisibilizó en la colonización. Desde que dijimos Chile sin reconocer que en esa territorialidad había muchos pueblos y naciones. Luego más de una espiritualidad, culturas e idiosincrasias.
Por lo tanto, tenemos un ADN colonizador. Solo vamos con la imposición de nuestra palabra sin esperar la receptividad de la palabra del otro. No tenemos vocación de acogida, sino de invasión. Una razón más para entender el imperio del patriarcalismo y la urgencia de ser escuchadas las demandas feministas.
¿Desde dónde invocamos ser escuchados? Desde el padecimiento, desde el dolor, el sufrimiento o el anhelo de sentido. Y es ese padecer lo más universal. ¿Cómo lo procesamos? Dialogando desde esa dimensión común y dando la bienvenida a las riquezas de caminos de resiliencia, felicidad o vida buena de las diversidades de sabidurías culturales, espiritualidades, sean laicas o religiosas, que se ofrecen en la escucha del Otro. Y desde esta dialogo abrir camino a la interculturalidad y la genuina cultura democrática.
¿Dialoguemos? mejor dicho: ¿escuchémonos?